29 abr 2019

¡Felicidades, Mamá! ¡Felicidades, Papá!

Y el día de la Madre se celebró como siempre, con platillo y bombo, “como Dios manda”. Éste es, posiblemente, el festejo que convoca al mayor número de personas, al menos en nuestra sociedad, porque todos tienen madre y la reverencian con más cariño y emoción que al padre.

Con muy raras excepciones, siempre ha sido así. ¿Por qué? Para contestar esta pregunta, es necesaria una reflexión y también que nos formulemos otras preguntas, como, por ejemplo, ¿Es normal amar más a la madre que al padre?, ¿alguien es más feliz por amar más a su madre que a su padre? Por otra parte, ¿qué hay de los padres, quienes, por supuesto, también aman más a su madre?; ¿cómo se sienten ellos al darse cuenta de que sus hijos los aman menos?

¡Felicidades, Mamá! ¡Felicidades, Papá!


En este punto, cabe recordar que diversos análisis estadísticos procedentes de fuentes muy variadas han informado que la expectativa de vida para las personas felices es mayor y con una calidad de vida superior a la de aquellos menos felices, generalmente más solitarios. También, en términos generales, ésos y otros informes revelan que es mayor la esperanza de vida para las mujeres que para los hombres; igualmente, en la viudez es mayor la expectativa de vida fememina que la masculina.

¿Tendrá esto algo que ver con el machismo? Afortunadamente, las cosas están cambiando; ya no se les dice a los niños que “los hombres no lloran” o que “expresar los sentimientos es muestra de debilidad”. Muchos recordamos que en épocas recientes los papás no expresaban sus sentimientos a sus hijos varones; era impensable por “inadecuado”.

Todos hemos escuchado a alguna madre decir que el día más feliz de su vida fue cuando nació su hijo; muchos papás afirman lo mismo. Las diferencias surgen con el transcurso de los años, cuando la madre —ya sea que tenga o no un segundo trabajo fuera del hogar— suele ser quien se entrega a sus hijos y cultiva con ellos una relación más estrecha. Además, la mamá se ejercita con el hijo en la práctica del amor incondicional, por lo que suele ser una más amorosa hija, hermana, amiga, esposa; y, por supuesto, solo el amor incondicional hace realmente feliz a cualquier ser humano.

Muchos papás sienten un gran amor hacia sus hijos, pero no lo expresan —aunque sean conscientes de que hacerlo ya no es visto como inadecuado— o no lo hacen de la forma en que lo hace la madre: con “apapachos”, contacto físico, palabras afectuosas como “te amo”, la entrega de su tiempo para los juegos o simplemente para escuchar; en consecuencia, el hijo siente que su papá no lo ama, o al menos no en la misma medida en que lo ama su mamá. Entonces nace el resentimiento en el corazón del hijo.

Para un óptimo desarrollo psicológico, todo ser humano necesita crecer con la confianza, la certeza, de que cuenta con el apoyo incondicional, amoroso, respetuoso, tanto de su madre como de su padre, ya que ambas figuras conforman los pilares sobre los cuales se construyen la seguridad, confianza en sí mismo y la autoestima sana.

Basta con que demos una mirada a nuestro alrededor para darnos cuenta de que la inmensa mayoría de quienes logran conformar las parejas más felices y estables suelen ser aquellos que tuvieron en su infancia, además de la figura materna generalmente admirable, una figura masculina ejemplar, la cual no tuvo que ser necesariamente el padre; pudo ser un tío, un abuelo afectuoso, entregado. En general, los casos excepcionales los constituyen aquellas personas cuya inteligencia superior les permitió tomar conciencia de su situación y, consecuentemente, alcanzar el equilibrio interior sanando cualquier resentimiento hacia el padre.

¿Dejaremos que las cosas sigan siendo así? ¿A quién le corresponde hacer algo para cambiarlas? ¿Desean los padres seguir siendo “de segunda” para sus hijos? Desde luego que no lo desean; además, ellos saben lo que les corresponde hacer y que solo ellos pueden hacer.

Por supuesto que, para cambiar esta situación, la participación más activa recaerá necesariamente en cada papá; pero también las mamás tienen frente a sí una gran tarea para ayudar a cultivar en sus hijos una mejor opinión acerca de su padre. Como expertas que suelen ser en el amor incondicional, ellas también pueden animar y apoyar a papá para que sea más amoroso, fomentando en la intimidad del hogar las situaciones propicias.

Afortunadamente, es creciente el número de familias cada vez más funcionales y armoniosas, en las cuales rige el amor incondicional, y también aumenta diariamente el número de papás que han tomado conciencia de que es más importante dedicar el tiempo libre a sus hijos que a sus amigos o a ver deportes en la televisión. Por ello, auguro una pronta modificación de las estadísticas y una emoción creciente para celebrar también el Día del Padre desde lo más profundo del corazón. Todos seremos más felices.
María Refugio Puente Anguiano


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